Natasha Lyonne y Clea Duvall en But I'm a Cheerleaderr. Están limpiando un suelo mientras se hacen un gesto de ternura entre sí

But I’m a Cheerleader (1999) — Terapia de (no) conversión

No es casualidad que en ciertos tipos de cine se busque un estilo ampliamente caricaturescos y ridículo que se diferencia al resto del cine estadounidense, quizás uno de los autores más relevantes del género, es John Waters (Cecil B. Demented), quien a pesar de ser un individuo con amplios conocimientos cinematográficos, reconoce a su cine como cine basura, por lo ridículo, extraño y caricaturesco que es, sin embargo, Waters utiliza a la caricatura como herramienta para la crítica y el análisis de patrones sociales más grandes, del mismo modo, la directora Jamie Babbit toma pistas de Waters en But I’m a Cheerleader.

But I’m a Cheerleader cuenta la historia de Megan, quien encarna el arquetipo de una porrista, al igual que sus compañeras, una chica rubia, delgada, cristiana, que evita comer carbohidratos; sin embargo, Megan no es como todas sus demás compañeras, rodeada de iconografía de cuerpos femeninos, una incomodidad aberrante al besar a su novio, y un placer masivo al pensar en mujeres, Megan es una lesbiana, pero ella no lo sabe, sin embargo, su familia sí.

Un día al regresar de la preparatoria, Megan se encuentra con que todos sus conocidos han decidido registrarla a un campamento de terapia de conversión, al llegar a su casa, es bienvenida por uno de sus nuevos instructores (Interpretado por RuPaul), quien le presenta que durante unos meses vivirá en True Directions, un campamento que promete a los padres -a cambio de una tarifa alta- convertir a sus hijos del modo que Dios siempre ha querido.

En ese lugar, Megan conoce a sus compañeros, quienes a diferencia de ella, encarnan arquetipos que durante gran parte de la historia se han considerado queer-coded, como aquel del chico deportista, del joven afeminado, de la mujer masculina, la chica punk o la joven nerd.

La vida en True Directions esta fuertemente regulada, con horarios estrictos, comportamientos que los encarcelados en estos lugares deben de seguir al pie de la letra si no quieren recibir fuertes castigos. Este lugar, parece una casa de muñecas, un espacio ampliamente sintético donde las apariencias engañan.

But I’m a Cheerleader desarrolla así dos universos paralelos, aquel el de los heterosexuales, y aquel de los grupos LGBT+, el primero es un mundo ampliamente ridículo, regulado en base a roles de género y comportamientos estereotípicamente femeninos o masculinos, con constantes estigmatización de aquellos desviados y con una objetificación absurda de los cuerpos, misma que este asegura rechazar, por otro lado, el segundo mundo, es un espacio donde quienes lo habitan se pueden relajar, explorarse y divertirse, ser ellos mismos es lo más importante, sin seguir ninguna clase de ideas absurdas.

En este campamento, que busca hacer paralelos menos violentos a aquellos de las terapias de conversión de la vida real, Megan conoce a Graham, y una joven un tanto masculina y delincuente, con la que después de unos cuantos roces se vuelve su mejor amiga inmediatamente, sin embargo, tras bambalinas, esta amistad comienza a volverse algo más grande, y satisfactorio para ambas.

Claro que esta historia no se desarrolla sin villanos, pues, estos jóvenes nunca se desconectan del todo con sus familias, a las que se les obliga a ver una vez por semana, donde ellos pueden ver el progreso de sus hijos, sin embargo, estas secuencias, permiten ver una dinámica de poder, donde la manipulación y el abuso son constantes para todos los que están en ese lugar, pues al final, todos estos chicos tienen algo en común, que sus únicas conexiones emocionales, son con sus padres, a quienes no pueden renunciar jamás.

No muy lejos del campamento, viven un pequeño grupo de personas LGBT que se dedican a sabotear el desarrollo de las actividades de True Directions, llevando a estos chicos ilícitamente a espacios seguros donde pueden disfrutar plenamente de ellos mismos, y brindando refugio a aquellos cuyos padres los han rechazado y no tienen a donde ir.

La cinta también se desarrolla como por capítulos, cada uno imitando a una guía para dejar de ser homosexual, pero que termina teniendo el efecto contrario, la cinta se enfoca en alejarse de las expectativas que el mundo heterosexual tiene sobre las experiencias LGBT+ en ámbitos que van más allá de la propia sexualidad, como identidad de genero, o la validación de las identidades trans homosexuales.

But I’m a Cheerleader es una coming-of-age divertida, con tintes románticos y esperanzadores, de ideas feministas y progresistas inusuales para la época en que fue producida, utiliza su lenguaje audiovisual de una manera innovadora, y hará una divertida adición a cualquier noche de películas.

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