Nadie debe dudar que Jafar Panahi, el director reconocido como uno de los grandes de la nueva ola iraní, es un rebelde. Panahi filma su tercera película bajo arresto domiciliario y la prohibición de no poder hacer cine en veinte años, en esta ocasión finalmente esta fuera de casa, ahora en un taxi, donde usa una cámara disfrazada de un sistema de seguridad para documentar el día a día de los ciudadanos de Teherán.
Taxi no es una película ligera, pues, al igual que su director, no puede evitar alejarse de problemas, los temas controversiales son inevitables y siempre generan conversaciones que podrían poner de nervios a cualquiera. A pesar de que hay cosas agradables en la ciudad, la tragedia no tarda en hacer su aparición pues la violencia, ya sea por civiles o apoyada por el gobierno, es cosa de todos los días.
Los pasajeros que suben al taxi varían bastante, desde una profesora quién mantiene una fuerte conversación con otro hombre sobre la pena de muerte, hasta la sobrina de Panahi (Hana), a quien le ha sido encargada la tarea de hacer un corto bajo las mismas reglas opresivas a las que las grandes producciones también están sujetas.
Taxi es increíblemente emocionante, en momentos irritante, en otros triste o chusca, nos muestra una parte de Teherán que no suele ser vista por los ojos de extranjeros como nosotros, una mirada al interior de una nación, que como la pequeña Hana asegura, termina mostrando más al intentar ocultar la verdad, y también es terriblemente impresionante, llena de momentos que harían a cualquiera quedarse sin palabras y dejándolo maravillado o aturdido por los eventos que retrata.
Las conversaciones nunca acaban en la cinta, y una de las más recordadas es aquella con «la señora de las flores», Nasrin Sotoudeh, una abogada y activista que confía enteramente en la gente del cine y que recientemente fue victima de un juicio injusto que termino con una condena a 38 años en prisión, quien explica como aquellos que son encerrados injustamente comienzan huelgas de hambre que buscan ser acabadas mediante la manipulación de sus familias y amigos de los encarcelados.
Taxi, más que una cinta sincera, es una declaración política. Quizas no hay nadie más radical que Panahi en Iran, y aunque mucho se pueda decir sobre el tema, su misma nación lo volvió un radical; sorprendente, real o mentira al final son irrelevantes, pues son pocos los que se atreverían a realizar los actos que Panahi hizo y seguramente continuara haciendo por el amor al cine.