Allá en la Alemania entreguerras en el movimiento expresionista, Fritz Lang entrega Metropolis, un futuro distópico de clase «steampunk» ambientada en el año 2000, un año que ya sobrepasamos por mucho, pero en aquel entonces parecía un sueño lejano.
Una película sobre clases, de ideas marxistas, e incluso inclinaciones hacia el satanismo y particularidades del psicoanálisis freudiano se hacen ver a lo largo de la cinta, razones de su censura en aquellos tiempos, por lo que es importante señalar que, aunque Metropolis es fácil de buscar, todas las versiones serán restauraciones aun incompletas de lo que alguna vez fue. El plano inicial vislumbra a la clase trabajadora cambiando de turno, ellos, viviendo en el inframundo de la metrópoli tienen que bajar incontables pisos para llegar a laborar, con turnos de diez horas sin descanso, hasta que otro llegue a suplirlos. Por otro lado, se encuentra el líder de la ciudad Jon Fredersen, y su hijo, Freder, quien será el mediador entre las clases, quien intentará eliminar esa línea tan notoria entre el trabajador y el burgués.
Además de este personaje nos encontramos con otros tres importantes, el antagonista, un científico loco que representaría a la anarquismo, cuyos planes simplemente es ocasionar caos creando así, al segundo antagonista el-hombre-en-máquina, un robot capaz de adoptar la forma física de cualquiera, y nadie sería capaz de identificar que no es real. Es así como el-hombre-en-máquina toma la forma de Maria, el interés amoroso de Freder y cuidadora de los hijos de los trabajadores, para persuadirlos de una manera erótica-satánica de crear una rebelión que terminará por ocasionar su propio fin.