Las marquesinas de los cines solo señalan lo mismo, una y otra vez, el espectador tiene pocas opciones, Star Wars o Star Trek, adaptaciones hollywoodenses de películas extranjeras, secuelas de películas no muy brillantes, maquinaciones capitalistas que dominan el panorama de nuestra sociedad moderna, ese es el contexto al que John Waters crítica, que aún 19 años más tarde solo parece volverse más y más poderoso. Cecil B. Demented describe la historia de Honey Whitlock, una actriz del A-List que durante la premiere de una de sus películas es secuestrada por los llamados terroristas del cine, cineastas guerrilleros que la obligan a estelarizar una cinta que busca la rebelión en contra del sistema actual de películas por medio de otra cinta, armados con equipo de película y sonido se encargarán de crear caos en el segundo hollywood de los Estados Unidos.
La cinta será dirigida por Cecil B. Demented, un hombre peculiar que al igual que todo su equipo de reprimidos sexuales, son punks en el más puro sentido de la palabra. Se trata de rebelarse, y no solo en contra al cine que se produce, también en contra de los cines multiplex que comenzaron a aparecer mundialmente a mediados de los 90’s y que como podemos observar hoy, han terminado por extinguir completamente a todos los pequeños cines independientes, un sistema en el que todos, tanto exhibidores como realizadores, carecen de las mismas oportunidades que los más grandes .
Cada uno de los miembros de esta película se han bautizado bajo el legado de algún cineasta, como Fassbinder, David Lynch, Pedro Almodóvar o Spike Lee, y bajo ellos y por ellos comienzan una guerra. Honey no está muy de acuerdo con los métodos, pero tras unas cuantas tomas, termina identificándose con el movimiento y encabezando esta pequeña revolución que comienza el terror entre los ejecutivos. El primer paso de estos liberadores es destruir un cine que proyecta la cinta estelarizada por Robin Williams, Patch Addams. La violencia se dispara en cuanto se menciona a Tarantino, quien junto a Williams representan todo lo que parece estar mal en el sistema, nombres meramente utilizados para atraer gente a las salas, sin importar la calidad de estas.
Este grupo de salvadores encuentra apoyo entre los seguidores del cine de acción e incluso entre quienes disfrutan del cine pornográfico, quienes están dispuestos a rescatar a los creadores de condiciones deplorables, y recuperar por medio de la violencia extrema, la voz de aquellos más abajo.
Cecil B. Demented es seria en su ridiculez y exageración, no se detiene en ningún momento en su critica a la industria cinematográfica y a la cultura del cine, que como en la mayor parte de los trabajos de Waters, demuestra una obsesión muy intensa con la cultura pop que parece despreciar demasiado. Las actuaciones de la cinta son sumamente caricaturescas, al igual que los eventos solo buscan destacar aún más los pequeños detalles que todos vemos en el cine. Las imitaciones a actores como Tom Hanks o directores como Robert Zemeckis son perfectas, e incluso logran imitar las características y estilo particular de otras películas de las que se mofa, principalmente Forrest Gump, la cual es destruida totalmente.
El caos es acompañado por mucha música, en este caso, el metal acompaña cada escena de acción, el rap le da voz a todos ellos: una banda sonora grata de escuchar que logra exaltar el extraño surrealismo punk que la cinta ofrece. Los vestuarios y el maquillaje son una de las mejores partes de esta cinta, tan variados y distintos pero que no dejan de decirnos que es una guerra.
Quizas a primera impresión, John Waters no parezca un punk, pero es difícil encontrar a alguien que critique tanto al resto de producciones. Lo ha hecho desde su primer obra, Pink Flamingos, donde nos presentó su musa, Divine, y con quien desafió a lo socialmente aceptado introduciendo el drag al cine, criticando la heteronormatividad, a la forma de producir medios masivos y las intenciones meramente monetarias de cientos de películas; Cecil B. Demented no es la excepción, y esta hace sumamente claras las preocupaciones de John Waters, quien realmente no odia a la cultura pop, pero si se atreve a cuestionar el valor de todo aquello que el público general suele consumir.