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El cine mexicano se ha ganado la reputación de ser siempre lo mismo, comedias exageradas, que siempre van sobre el mismo tema y que en cuanto dejamos la sala olvidamos, o películas «polémicas» que terminan más por dormir al publico que provocar discusión en ellas, y no es necesario mencionar todas las preconcepciones sobre el cine animado mexicano. Este 2018 ha sido un muy buen año para el cine mexicano, hemos recibido trabajos increíbles, que han agradado tanto a la critica como al público, como por ejemplo, «La Región Salvaje» de Amat Escalante, o historias conmovedoras como «Sueño en otro idioma», una de las maravillosas propuestas que han nacido este año de la mano de mexicanos es Ana y Bruno, un proyecto sumamente singular que nos cuenta una historia de aventura y locura desde los ojos de una niña.
Después de una serie de eventos, Ana y su madre terminan dentro de una clínica mental, la madre de Ana es esquizofrénica y está en espera de tratamiento de electrochoque. Dentro de esta clínica, Ana se encuentra con monstruos singulares que se presentan a sí mismos como las alucinaciones de los pacientes y extraños que deciden escapar de la clínica para salvar a la madre de Ana, pero ¿cómo lo harán? Necesitan avisarle al padre de Ana del peligro que corre su mujer, deciden escapar de la clínica e ir hasta San Martín para evitar el terrible destino al que la madre de Ana se enfrenta.
Ana y Bruno es la película de animación más cara en la historia del cine mexicano, y tuvo una producción de casi una década debido a problemas de financiamiento, y que lastimosamente no recaudó ni el 10% de su presupuesto en su corrida por cines comerciales. Guillermo del Toro la llamó «oro puro» y actualmente va en camino al Oscar, y con justa razón, la cinta nos ofrece una historia nunca antes vista con un guion impresionante que abre la puerta a que los menores comprendan incógnitas como la depresión, el duelo y la locura. Ciertamente este aspecto de la cinta causó controversia entre ciertos padres, sin embargo, considero que no inculcarles a los pequeños conocimiento sobre salud mental solo los hará menos capaces de enfrentarlo si es que les ocurre a ellos o a alguien cercano a ellos.
Ana y Bruno tiene un toque que nos recuerda a los trabajos infantiles de Burton en los noventa, con una paleta de colores ocre y un mundo oscuro; posee una narrativa al estilo de los clásicos Disney, como Dumbo o Bambi, y tiene un humor inusual en los trabajos mexicanos, no es soez y es fácil de comprender para todos los menores. Su guion es brillante, entrega todos los puntos de su historia de una forma muy intensa, aterrándote, haciéndote reír y entristecerte en un solo instante.
Admiro la capacidad de sus realizadores de convertir los defectos de su difícil producción en oportunidades, mezclando fotografías con CGI de una forma brillante, que si bien pudo haber sido mejor en ciertas secuencias, demuestra lo mucho que sus realizadores buscaban que esa no solo fuera una experiencia narrativa y que también fuera visual.
La actuación no es algo sobresaliente y en muchas ocasiones se puede sentir irreal, sin embargo, considero que las actuaciones de voz solventan todo lo que visualmente se desearía, cada voz es maravillosa, posee un distinto tono, un distinto sabor y todas van cargadas de emoción .
Los personajes poseen en su totalidad diseños interesantes, brillantes y memorables, que van desde la pequeña Ana, hasta un terrible monstruo volador que hecha humo por todo su cuerpo. Son diseños variados, altamente polifacéticos, y que aun cuando todos difieren en tantas formas, todos parecen venir del mismo universo. Son desarrollados muy conscientemente y el proceso de crecimiento de cada uno es muy elaborado, como Ana, quien debe enfrentarse a una terrible verdad, o una elefanta rosa que debe aprender que Bruno no la quiere ver ni en foto.
El empatizar con la familia de Ana nos evoca el pasado, las decisiones que no tomamos y finalmente nos obliga a recordar que la vida siempre es efímera. Debemos recordar que el amor hace que duela más alejarnos de alguien y que perder el amor representa el perdernos a nosotros mismos, pues nosotros no somos nadie sin aquellos a quienes amamos, nuestros amigos, nuestra familia e incluso nosotros mismos.
Ana y Bruno es producto del trabajo de dos grandes realizadores – el director Carlos Carrera y el productor Pablo Baksht, cuyo corto «El Héroe» ganó la Palma de Oro en 1994 – que no puedes permitirte no ver, una reflexión sobre el amor que sentimos hacia nuestros allegados y un recordatorio de la dificultad que existe al vivir bajo los efectos de una enfermedad mental.
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